De Llíria a Rafelbunyol

Domingo, 21 de marzo de 2010. 8:30 horas de la mañana. Nublado. Muy nublado. La imagen del callejón que veo desde la ventana del dormitorio es radicalmente diferente a la que esperaba. Dudo. Dudo mucho.

¿Te vas por fin? –Me pregunta.

Sí, creo que sí –contesto no muy decidido.

Debo ir –me digo a mí mismo.

Sí, me voy –le contesto con decisión pero intentando disimular que no es nada fácil, que quizás no es buena idea, que hace mal tiempo y que puede llover, que no tengo ropa impermeable todavía, que mejor dejarlo para otro momento que tiempo habrá (intentando hacer verdad aquello de más días que longanizas, pero es que en casa no hay longanizas desde hace un par de meses más o menos, estamos a régimen).

Me voy, la ilusión que tengo en esto me puede más que todos los miedos que tengo amochilados desde hace tiempo a la espera de... no se qué, pero debo intentarlo. Es domingo, 21 de marzo de 2010, ella espera y yo la estuve esperando. Ahora, hoy podemos estar juntos. Iniciar no sé que tipo de aventura, corrida, rodada, circulada... nos vamos, decididamente nos vamos. Sé que no se va a quedar tranquila en casa. Sé que se me va a caer la casa encima si me quedo. Un sé en una mano y un sé en la otra... sopeso... decididamente me voy.


Me levanto, al baño (a lo que debemos ir todos en semejante hora), busco la ropa apropiada. Me pruebo el pantalón. Muy ajustado. Una segunda piel (fresquita por cierto) y una cosa muy rara que llaman badana, una gigantesca especie de compresa mullidita. Nunca había tenido esa sensación ni llevado cosa semejante a una compresa, una ventaja –supongo- de ser hombre. Camiseta, jersey, chaqueta cortavientos comprada hace un par de años o tres en Decathlón por cuatro chavos para el Camino de Santiago (muy útil, una inversión genial porque la he usado hasta para ir de paseo y al trabajo).

Voy a la cocina, desayuno café con leche y galletas María Dorada. Ella está encantada de verme desayunar en casa. (Siempre le hizo ilusión que desayunáramos juntos en casa, pero uno es más de cortadito en el bar, pero es domingo, temprano y ningún bar abierto en el barrio). Desayuno en casa, lleno el bidón de plástico de "Bicicletas Abad" tras haberlo enjuagado mucho, pero que mucho desde que lo tengo, pero jamás deja de tener el agua sabor a plástico, o a petróleo o yo que sé. Sin duda es un mal bidón pero sólo me acuerdo de comprar otro cuando voy a llenar este. (Han pasado ya varias semanas desde aquel domingo 21 de marzo de 2010 y sigo sin comprarlo y sigo acordándome de hacerlo sólo cuando lo lleno este de agua).

Ella me prepara un par de sándwiches de queso y pamplonés que pone en una bolsa de cierre hermético junto a una servilleta de papel, (me encanta lo meticulosa que es en muchas cosas... está en todo). Todo a la mochila: sandwiches, bolsa de plástico para restos, navajita, herramienta multiusos, candado tipo muelle que pesa un muerto, luz frontal (no se para qué, pero como siempre "porsi"), la cartera con documentación, el monedero (que no me sirvió de nada... muy raro pero no me tomé ni un cortadito en toda la mañana... ya tenía yo suficiente con intentar sobrevivir al intento). Sigo... monedero, la bolsita de tabaco, la pipa, los trastos de encender (la pipa), llaves de casa (porque en ellas va la del candado)... Todo.

Me voy –le digo.

Cuídate –me dice con cariño mientras nos acompaña por el pasillo hasta la puerta del descansillo. Me despido con un hasta luego de ella y por ella (la segunda ella que es la que se viene conmigo todavía no habla... o al menos yo le hablo pero ella no contesta).

Salimos del portal, me pongo los guantes con los dedos al aire, como antes se veía en los cuentos en los que siempre había un pobre con sombrero, levita hecha polvo y guantes gastadísimos hasta lo infinito dejando salir las puntas de los dedos o los dedos al completo. Pues así (de raro) me siento yo con estos guantes. Y me pongo el casco. El casco... qué cosa más curiosa cuando lo tuve por primera vez en mis manos. ¡Si es que no pesa nada! Es todo corcho con una fina cubierta de plástico rígido, pulido y brillante por el exterior... ¿Y esto tan liviano protegerá? No se lo dije al vendedor, pero lo pensé. Lo sigo pensando. Pero como la recomendación generalizada es que hay que llevarlo, pues a ello. Y no se me ha olvidado ningún día. Es más, es que no me muevo ni un palmo sin él. Le tengo ya cariño, a pesar de que cuando me lo quito el pelo se ha acoplado a la forma del interior y se me queda una especie de ondas que me recuerdan a un bicho extraterrestre que vi en una película (lo siento, no sé cuál, mala memoria que tengo y poco interés que uno le viene poniendo a esto del cine).

Casco puesto, contador a cero tras pulsar simultáneamente las dos únicas teclitas que tiene el contador.

Nos vamos.

Ya nos fuimos.

Empezó todo.

Salgo de Manises (sigue muy nublado) en dirección a la estación de Metro de Paterna. Parece incluso que chispea. Dudo. Dudo mucho si es buena idea salir con este pronóstico de tiempo. Llego a la estación, está absolutamente desierta. Entro con la bici en la estación. Pregunto al señor de la ventanilla si puedo ir a subir al metro con la bicicleta hasta Llíria (sonríe y no se porqué), me dice que sí y compro un billete de ida (que para la vuelta desde Rafelbunyol ya llevo el bonometro de mi zona, que es la A-B).



Con el billete en la mano salimos de la estación, este es el verdadero inicio. Aparco la bici fuera apoyada en un banco (que todavía no me han puesto el artilugio para aparcar la bici como "diosmanda"). Me siento, me levanto, apenas hay ya una o dos personas en la estación. Me vuelvo a sentar. Enciendo la pipa mientras espero que llegue el tren. No llega. Sigo fumando. Algunas personas más llegan para esperar el metro. Por fin llega uno. No. Este no debe ser porque se queda estacionado en la vía de enfrente y el señor de la taquilla me ha dicho que la vía hacia Llíria era en la que yo estaba y por megafonía no han anunciado cambio alguno. Efectivamente ese tren se va por donde vino. ¡Bien hecho! De momento sin equivocaciones.
 
Llega por fin el transporte. Nos subimos. El tren está casi como la estación: desierto. No sé que hacer con ella, es la primera vez que nos subimos juntos al tren. Hago todo el trayecto en la parte de las puertas, de pie intentando mantener la estabilidad de ambos. El trayecto se hace corto. Van pasando los pueblos, las estaciones.
 
Veo charcos, muchos charcos. Mal pinta la cosa. Pero ya estamos en ello, no hay vuelta atrás. Bueno sí la hay, pero nobleza obliga. El tren avanza rápido. Llegamos a Llíria.
 
Nos bajamos. Feliz, ilusionado. Primera foto. Muy mala foto. Bueno ahora no importa. Estamos aquí y eso sí que importa. Casco, guantes sin dedos, consulto el cuadernillo de la ruta nº 17 del metrobici (me hice un cuadernillo para tenerlo todo más claro, con la letra más gorda, los párrafos mejor separados y al final un mapilla que no llegué a consultar).
 
Iniciamos la subida por una calle hasta el centro. Menuda subida. Imposible subir. Me bajo. Mal empezamos. Voy a pie tirando de ella, si no llego a bajarme a tiempo me caigo exhausto. Qué barbaridad de subida. Llego hasta la calle... no recuerdo el nombre ahora, habría que mirar el cuadernillo, pero no tengo ahora muchas ganas.
 
Primeras fotos. Siguen siendo malas las fotos. Tengo más ganas de rodar que de fotografiar. Esto mismo me seguirá pasando hoy y muchos días después. No controlo la prisa. No debería tenerla ni sentirla, pero no me abandona.
Una vez ya en llano, tirando más de bajada que otra cosa y en especial intentando levantar el culo para no resentirme al pasar los puñeteros badenes de las calles ¡Jodido invento! Salgo de Llíria. Magnífico carril bici hasta el Oasis de Sant Vicent. Qué recuerdos con la familia. Soledad absoluta. Le hago algunas fotos en la ermita. Siguen siendo muy malas fotos. Esto antes no pasaba. Será la camarita. La compré nueva hace poco pensando en que sería ideal para llevarla siempre en el bolso. ¡Fiasco! No es nada del otro mundo y las baterías se agotan en nada. Deberé rescatar mi vieja Olympus con pilas recargables, es posible que no tenga tantos megapíxeles de esos y abulta bastante más pero retrata mucho mejor con diferencia.



















Ermita de Sant Vicent, alguna foto más. Me siento un poco frente a ellas. Enciendo de nuevo la pipa. Apenas algunas chupadas nada más que tengo ganas de rodar ¿Venía a eso no? Doy alguna vuelta por el parque de gigantescos árboles. Desierto absolutamente. Una mujer con un carrito de la compra va repartiendo comida a los gatos (que los hay a puñados) y a las palomas. Les pone agua en unos recipientes de plástico que trae. Una pareja con un perrazo se detiene a hablar con ella.

Pasa un rato. Les hago alguna foto malísima en la distancia que luego en casa acabo por borrar. Apenas se ve nada. Sentado cerca de uno de los estanques veo pasar algún grupito familiar más. Poca gente, muy poca. Mucha diferencia con la última vez que estuve aquí con la familia, las sillitas y la mesa plegable y las niñas. ¿Cuántos años hará de esto? Diez, siete, once... Muchos y esto esta igual, igual de cuidado igual de frondoso.

Especialmente se añade hoy a la soledad la oscuridad de este domingo muy nuboso. Alguna gotita, nada de importancia. Subo a la bici y por el carril bici me dirijo a Marines, paso frente a él sin entrar. Mal hecho, debía acercarme hasta el bar Bella y tomar un cortadito. No entro y no se porqué.

Prometo no volver a pasar de largo. Sigo la ruta nº 17 del Bicimetro. A cada poco la voy ojeando, me sirve más o menos. Está bastante bien explicado todo, pero para uno no muy diestro es fácil perderse pero... ¡Milagro! Alguien tuvo el detalle de ir señalizando la ruta con unas plaquitas de fondo blanco y tinta roja con el logo del metro, una flechita y una bicicleta (creo... no estoy muy seguro de haber acertado con la descripción de la miniseñal... ahora me arrepiento de no haberle hecho alguna foto... me arrepiento ahora de no haber hechos muchas fotos... me arrepiento ahora de haber tenido demasiada prisa... o quizá demasiada emoción... bueno... de lo de la emoción no me arrepiento... lo escribo ahora y sigo sintiendo la misma... de eso no me arrepiento).

Sigo la ruta, caminos agrícolas entre extraordinarias explotaciones de naranjos, alguna granja y un poco por aquí un poco por allá alguna caseta de veraneo y fin de semana. Se oyen voces casi en todas... niños que juegan, ellas (las madres) que arreglan, ellos (los padres) que hacen alguna chapucilla o están en el terrenito de huerta... Tópico pero real... muy real.

Pues eso, caminos agrícolas, más piedras y más charcos de los que hubiera deseado, a veces hecho de menos las miniseñales del señor Bicimetro (pensé que debía escribirle para decirle que ponga más... muchas más... pero ahora, cuando escribo, me doy cuenta de que no lo hice... pero le agradezco en el alma las pocas que encontré).



















 
 
Un aljibe, luego dentro de otra gran finca con gran casa encontraré otro. Está abandonado, le hago alguna foto(nuevamente muy malas las fotos). Estas construcciones hidráulicas perdieron su uso tras la generalización del riego por goteo (quizás antes) y están ambos abandonadas, especialmente este primero, que al siguiente no pude acercarme por estar tras la valla metálica de la finca, pero supongo que estaría por el estilo. Son bonitos. Profundos, oscuros y están tocados ya de muerte segura.


Sigo, carril bici junto a una carretera por la que pasan ciclistas a toda pastilla, una zona residencial. Miro por su hay restaurante y tomar un cortadito. Creo que lo tienen pero me da pereza sacar el candado y atar la bici... y más que pereza, miedo... ¿y si me la roban? ¡Cuántas veces volveré a tener esta sensación! Bastantes... la sigo teniendo.

 
Sigo rodando, paso por una finca enorme con una masía espectacular con una bonita torre. "Masía de la Torre"... natural, no podía llamarse de otra manera. Largo camino de subida suave por el lateral de la finca. Alguna foto rematadamente mala y un par de charcos enormes que me hacen dudar de seguir todo recto. Pero la solución es fácil... ¿Volver por donde? Pues eso, todo recto. Intento pasar por la orilla de los charcos, donde debe de haber menos profundidad, los paso y no pasa nada, pero cuando salgo del mal trago pienso que tal vez no fue buena idea ir por la orilla de estos enormes charcos porque tal vez ahí el barrillo fuera más resbaladizo. En cualquier caso ¡Hurra!





Los pasé y no pasó nada malo.



De repente los Montes de Portaceli. Qué silencio más absoluto. No se oye nada. Estamos solos, la bicicleta, yo y unos muchos pinos y otros tantos arbustos de los que me siento incapaz de identificar y piedras, muchas piedras, el camino es casi más senda que otra cosa. De repente se fastidió el silencio. Ruidos que se acercan rápidamente. Un par de ciclistas que bajan como alma que lleva el diablo. ¡Qué velocidad! Se cruzan conmigo y ni me saludan, yo creo no llegaron ni a verme; apenas me atrevo a saludarles con la mirada y con un discreto ¡eh!

 

Ellos a lo suyo, disfrutando del tobogán que la naturaleza les ha montado. Sigo con mucha dificultad pedaleando hasta que llego a una pista forestal extremadamente cómoda. No encuentro señalización alguna. Consulto la guía de la ruta. (Aquí no dice nada... Señor Bicimetro por favor ponga más miniseñales). Me dejo llevar más por mi estado físico que por otra cosa, la tomo a la derecha, es de bajada. De repente una pareja (señor él, señora ella) que van paseando en subida. Ellos sí que me saludan, yo sí que les saludo. Pienso que con el tiempo que hace, con la amenaza de lluvia que suponen estos nubarrones que nos cubren... ¡también son ganas de salir a pasear! Claro todo eso sin pensar que ellos también debieron pensar que con el tiempo que hace, con la amenaza de lluvia que suponen estos nubarrones que nos cubren... ¡también son ganas de salir a pedalear! Pero ellos bien pudieron habérselo dicho (iban haciéndose compañía el uno al otro) en cambio yo, yo sólo lo pensé, porque no tenía nadie a quien decírselo. Bueno, con el pensamiento se lo dije a la bicicleta pero ella sigue con su costumbre de no contestar.

 
La pista forestal acaba justo donde empieza lo que parece la explanada de una feria de turismos de lujo y todoterrenos. ¡Anda que no había! Por lo menos cincuenta o sesenta... o más. ¿Qué puñetas hacen todos estos coches aquí en el borde de esta gigantesca pinada? No se ve a nadie. Solo están los coches y unas señales que te llevan a Náquera Serra al frente, Bétera a la derecha y la cartuja de Portaceli a la izquierda. No hice foto y no puedo recordar si estaban todas estas señales que acabo de enumerar. Pero conozco este sitio en concreto y mucho. Grandes recuerdos de crío con el Movimiento Junior de A.C. ¡Qué tiempos! Aquí, en una zona poca más arriba de la Cartuja que nuestro jefe de centro llamaba La Font del Berro, recuerdo haberme llevado a casa un eccema en la cara que tardó meses en curarse. Se curó claro y me quedó el recuerdo de esa acampada y otras muchas y de la fuente y de la pista forestal y de unos enormes eucaliptos que había alrededor de la fuente.


 









Tenía hambre ya. Era momento de hacer uso de los sándwiches que mi mujer me puso tan cuidadosamente en la bolsa de cierre hermético. Intenté buscar un sitio solitario donde almorzar, especialmente que estuviera lejos de tanto coche solitario. Pongo rumbo hacia la Cartuja. Menuda subida. Imposible subir pedaleando. Me paro justo donde a la izquierda hay un árbol (pino concretamente) gigantesco, monumental.
 
Hago fotos, algunas que no acaban de estar nada mal. Hay un cartel. La descripción del árbol, "Pi de la bassa". Me siento sobre una de sus raíces elevada. Al sentarme me acuerdo que algo en mí duele... duele mucho. La emoción del día había conseguido que no notara que el culo me estaba doliendo a rabiar. Me siento o medio siento sobre una bolsa de plástico del Mercadona que llevo para los desperdicios. Me siento sobre la bolsa para evitar llevarme de recuerdo adherido al culotte algún incómodo rastro de resina pinera, que no sería nada raro ni la primera vez que tal cosa sucede.

Almuerzo divinamente. De momento lo del culo soportable. El sabor a plástico del agua del bidón una cochinada. Vuelvo a pensar que tengo que comprarme uno como "diosmanda".


Y tomo la carretera Náquera-Serra. Divinamente asfaltada pero endemoniadamente empinada. Hago todas las subidas a pie tirando de la bicicleta. Me adelantan algunos ciclistas ufanos y veloces. Otros bajan más veloces todavía. El desviador de la cadena creo que no va muy bien o yo no sé manejar el cachivache. Puse el plato más pequeño para una subida y ahora la cadena se niega a volver al mediano... Que no hay manera. Al final me paro, apoyo la bici (vuelvo a recordar las ganas que tengo de que le pongan la pata de cabra –o como se llame el artilugio para apoyarla). Paso la cadena manualmente del plato pequeño al mediano. Esto no debe ser muy profesional pero es lo máximo que sé hacer. Sigo pedaleando en bajada veloz... muy veloz.

A Náquera por una urbanización. Me desvío por ella según la ruta nº 17 del Bicimetro. No hay mucho tráfico. Cae alguna gotita de lluvia. Cruzo la urbanización y sigo hasta Náquera.



La ruta me lleva bien hasta la salida del pueblo. Se acabó el asfalto y me dirijo hasta las trincheras del Cabeç Bord (1938). Solo consigo hacer foto de la señal indicadora de las trincheras. Me pierdo un poquito. El tiempo amenaza ya conque será cosa de más de cuatro gotas. No vuelvo atrás, intento salir de estos caminos ya en dirección a Rafelbunyol. Como me he salido (sin quererlo) de la ruta, no tengo muy claro hacia donde tengo que dirigirme pero la Providencia que todo lo provee (supongo... al menos en este caso funcionó la cosa) me hizo topar con un matrimonio mayor a bordo de un reluciente minicoche de los que se conduce sin carnet. Les pregunto. Me indican. Pues sí, estoy en el buen camino.




Sigo adelante hasta cruzar el By-Pas por un paso elevado. Mucho tráfico por la vía rápida (tanto en dirección Barcelona como en la de Valencia), pero por el camino que yo llevo no van hoy ni las águilas (será cosa de la lluvia, será que es domingo, será que se acerca la hora de la comida).


Cerca ya de Rafelbunyol encuentro una cruz de piedra sobre una esbelta columna. Quiero hacerle alguna foto que valga la pena. Todas salen horribles (será la cámara, la poca luz, las gotitas de lluvia) pero no hay ni una que valga la pena.


Desisto y enfilo recto hasta el pueblo. Localizo con facilidad la estación de MetroValencia. Subimos al andén. Del culo de momento ni me acuerdo ¡Es tanta la felicidad de haber llegado! Enciendo la pipa. Llamo a casa. Digo donde estoy y que pronto llego ya. Descubro con alegría que el metro me llevará directamente a casa... casi hasta la misma esquina. ¡Qué gozada! Es la línea Rafelbunyol-Aeropuerto. Magnífico. Llega el tren, la estación apenas ocupada por mi bicicleta, yo mismo y una pareja. Subimos. Arranca el convoy. Recto a casa tras hacer parada en muchos pueblos de la comarca de l’Horta Nord. Magnífica comarca, grandes recuerdos de gente que he conocido por ella y cosas que en ella me han pasado.

Salgo de la estación de Manises. Llueve a manta. Con rapidez alocada (hubiera podido resbalar y estropearlo todo al final) llego a casa. Feliz, contento, no quepo en mí. Sin decirlo me siento un héroe. En casa están comiendo ya. Yo ya almorcé/comí en el Pi de la Bassa. Les cuento todo, todo no pero lo más importante sí. Comen, creo que un poquito sí les agobia mi relato (no a mi mujer no le agobia... ella me ve feliz y es feliz). Estoy tan emocionado de mi gesta que no pienso casi ni en la ducha. Definitivamente a la ducha, pijama, siesta dominguera en el sofá. Día perfecto, misión cumplida, primera salida, primera aventura. Me siento bien.

2 comentarios:

  1. Haces grandes las pequeñas cosas, que en realidad son las importantes. Precioso relato y encantada de haber dado con él. Eli (elior3d)

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  2. Gracias Eli... ¿qué sería de nuestra vida sin todas las cosas pequeñas?

    ¿Acaso no es el ser humano el bicho más pequeño de la Tierra? ¿Acaso no es el más indefenso por mucho que algunos se empeñen en hacernos ver que sólo hay machitos por doquier?

    Gracias... todas

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